sábado, 25 de junio de 2016

LA MALDICION DE LOS ZÍNGAROS CAP. 4

Cap. 4
Dos largos días habían transcurrido. Mientras se reparaban las graves averías en el Blue Storm, el capitán Rendfield se reponía lentamente de sus graves lesiones. En el resto que le quedara de vida sería incapaz de borrar de su única retina el instante fatal de esa noche atroz, donde vio su muñeca sangrante y la mano amputada en el piso de la húmeda cubierta, moviéndose los dedos desgarrados en un último estertor macabro. Era joven y fuerte y quizás esa fortaleza lo ayudaba a soportar estoicamente esos duros golpes. Se encontraban varados como a tres días aún de la Isla Barbados, y los tripulantes de la embarcación se hallaban sumergidos en un cierto recelo, con el miedo dibujado en sus pupilas agotadas. Marvin pensaba que de no ser porque los hechos acontecidos en esas extrañas horas pasadas a bordo del bergantín eran en cierto modo frecuentes y a diario se producían contratiempos en esas peligrosas aguas del Caribe, seguramente esa bella zíngara hubiese sido ya desde largas horas comida de tiburones. El se negaba a creer que una maldición fuera la causante de toda su mala fortuna. Y si por alguna casualidad que no terminaba de encajar del todo en su cerebro atormentado, todo lo dicho por la joven Yelena fuera esa realidad que él rechazaba, un ojo menos y una mano arrancada de su muñón eran una señal por demás inquietante y tenebrosa. Su primer oficial llamó a la puerta de su camarote para traerle las últimas novedades de esa jornada. Su semblante se notaba taciturno y vio que era presa de un notable nerviosismo.
_ Malas noticias, capitán. Hay muchas velas destrozadas, problemas y roturas en las jarcias y en las vergas, imposible apurar la reparación, nuestros hombres están agotados. Ha sido un largo día.

_ Sé que sí, pero creo que lo malo ya pasó. Mañana tal vez los vientos soplen a favor del Blue Storm. Barbados ya no está tan lejos. Cambia esa cara amigo.

_Pienso que estas ciego capitán, has memoria, dime cuándo nos hemos visto en esta terrible situación.

_ Estás exagerando holandés, estamos en una zona de huracanes, estos mares son muy inestables.

_¿Y tú?...¿qué me dices de tus "accidentes", de tu ojo menos y de la mano perdida?¿ realmente piensas que en este mar Caribe a todo el mundo le pasan estas cosas?¿ o esa bella zíngara te tiene tan aturdido que no ves más allá de un palmo de tu narices, capitán Rendfield?

En ese instante la puerta del camarote se abrió violentamente y el médico de a bordo entró exclamando:

_¡Uno de los hombres tiene acorralada a la zíngara!...¡Ella está oculta en la bodega!..¡Están los dos encerrados ahí, cuando la encuentre dice que la va a quemar viva!

Marvin se puso de pié de un salto, a pesar de sentirse algo débil salio detrás de los dos hombres rumbo a la bodega. La puerta estaba cerrada y calzada por dentro, y se podían escuchar sonidos que provenían desde el interior. Por más que el capitán ordenó al marinero que abriera la compuerta y saliera al exterior no obtuvo ninguna respuesta. Pensaba en el destino que podría correr la bella Yelena a manos de ese hombre enloquesido y ordenó derribar la puerta. Los gritos de la joven traspasaban el grueso maderamen y se mezclaban con el aullido del viento marino. Dos fuertes hachazos abrieron una grieta en el marco y al tercero cedió violentamente.
Apenas una débil luz iluminaba la bodega colmada de barriles y cajones que componían el cargamento del Blue Storm. El capitán ingresó de prisa, buscando con su único ojo la figura de la joven mientras que su primer oficial trataba de detener al hombre que, espada en mano y trepado en una pila de barriles trataba de mantener a duras pena el equilibrio. Uno de los pesados ganchos de carga se balanceaba peligrosamente por la atestada bodega golpeando todo lo que encontraba en su camino.

Trepada y semioculta entre el cargamento Yelena lloraba desesperada.

De repente y debido a los movimientos de los dos hombre que luchaban sobre los barriles, dos de las cuerdas que los sostenían se cortaron. Una fila de los pesados toneles se soltaron y comenzaron a caer ruidosamente.

La bodega se convirtió en un pandemónium y de pronto al capitán Marvin Rendfield todo se le puso del color de más negra noche. Cuando despertó solo tubo la extraña sensación de haber estado sumergido en una escena del temido apocalipsis. Una visión fatal lo asaltó, como la de haber llegado a las puertas del mismísimo infierno. Lentamente abrió los ojos y el techo de su camarote pareció derrumbarse sobre él.

(Continuará)

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