domingo, 26 de junio de 2016

FIRMADO: JACK, EL DESTRIPADOR


(basado en echos reales)

Soy Jack el destripador (como me bauticé a mi mismo en una de mis cartas a la policía) debuté en la escena londinense en agosto de 1888 y realicé mi crimen final el 9 de noviembre de este mismo año, tiempo en que asesiné y mutilé brutalmente a siete prostitutas (aunque algunos afirmen que fueron cinco).
La sociedad en general, la policía en particular y la reina Victoria por encima de ambas, se espantaron ante este nuevo tipo de crímenes al que no estaban acostumbrados. En estos años, lo usual es que quienes no mueren por causas naturales, lo hagan en conflictos matrimoniales, peleas de borrachos, venganzas por deudas de juego y circunstancias similares. Pero… crímenes de busconas callejeras ???... Esto sí que es toda una novedad !!!... Bastante morbosa además y muy entretenida para seguir a diario en la prensa escrita…
Me reí de toda Londres cuando escribí mis cartas, como la conocida "Desde el infierno", y que envié junto con un paquete con la mitad de un riñón, que pertenecía a Catherine Eddowes, a la que asesiné el 30 de septiembre. El destinatario fue George Lusk, presidente del Comité de Vigilancia de Whitechapel, y decía así: "Desde el infierno. Señor Lusk. Señor le adjunto la mitad de un riñón que tomé de una mujer y que he conservado para usted, la otra parte la freí y me la comí, estaba muy rica. Puedo enviarle el cuchillo ensangrentado con que se extrajo, si se espera usted un poco.
Firmado: Atrápeme cuando pueda, señor Lusk".
O la siguiente que intenté escribir con sangre de una de mis víctimas, pero ésta se habia convertido en una goma oscura, por lo que tuve que utilizar tinta roja:
Querido Jefe, desde hace días oigo que la policía me ha capturado, pero en realidad todavía no me han encontrado. No soporto a cierto tipo de mujeres y no dejaré de destriparlas hasta que haya terminado con ellas. El último es un magnífico trabajo, a la dama en cuestión no le dio tiempo a gritar. Me gusta mi trabajo y estoy ansioso de empezar de nuevo, pronto tendrá noticias mías y de mi gracioso jueguecito…”Jack el Destripador
¡Oh, que soberano placer imaginar el semblante de los hombres de la ley al leer mis misivas y conocer mis perversos planes para limpiar de prostitutas las calles de Whitechapel !

La última en pasar por mi afilados utensilios fue la atractiva Mary Jane Kelly (o “Jeanette”, como pidió que la llamaran después de pasar un fin de semana en París). La Kelly era joven, de rostro agraciado, largos cabellos rojizos y figura ampulosa. Esto le servía para no verse obligada a vagabundear por las calles y poder permitirse su propio cuarto en un conventillo más o menos decente. El dinero para el alquiler lo ponía el marido de turno, pero por su debilidad al trago, a menudo ese dinero terminaba en los bolsillos del tabernero, mucho antes de pasar por los del locador; quien justamente revisando sus libros, notó que la Kelly estaba más que atrasada con la renta, así que mandó a un mozo a cobrarle. El jovenzuelo llegó al conventillo aproximadamente a las 10.45 de la mañana, golpeó varias veces la puerta de la habitación de Mary Jane y al no obtener respuesta, espió por la ventana que daba al frente. El horror se dibujó ante sus ojos una vez que la vista se le adaptó a la penumbra del interior. Hoy pueden apreciarse en las fotografías publicadas las mutilaciones sufridas por la desgraciada Mary Jane; de más está decir que parte de ella estaba sobre la cama y otra parte… sobre la mesita de luz !!!
Este fue el quinto, (el séptimo para mi) y el último de los crímenes en ser atribuido a mi sanguinaria lista. Contar con el tiempo y la seguridad que ofrecía una habitación privada, me permitió dedicarme con paciencia y meticulosidad a degollar, examinar, mutilar y despellejar el cuerpo femenino y al final, dejar expuestas las partes que más odiaba del mismo.

Esta noche siento una verdadera sed de sangre y me apresto a recorrer nuevamente las callejuelas de Whitechapel. Ya son pasadas las doce. Arranco de un tirón la hoja del calendario que en sus letras negras me marca ahora el 13 de noviembre de 1888. Voy hasta el armario y tomo el maletín, lo abro y reviso mis preciadas pertenencias que amorosamente guardo ahí.
El filoso bisturí que corta un pelo en el aire, mi cuchillo de hoja acerada que me dedica un destello excitante a la luz de las velas, y el serrucho que parece despedir relámpagos de entre sus dientes.
¡Oh, como amo y extraño la niebla mohosa de Whitechapel!
Me dirijo hasta el perchero, descuelgo el negro sobretodo, apoyo mis narices en la tela fría y descubro que ese olor a sangre es el mismo que llevo adherido desde hace un tiempo a mis fosas nasales. Toda esta ceremonia es como un rito, como el preludio de un orgasmo llameante y pleno, siento que me hierven las venas. Me calo el sombrero hasta los ojos, tomo a mi amigo el maletín y ya estoy listo para perderme entre mi amada niebla. Camino pegado a las paredes, camuflado entre las sombras de la noche. Cien metros más y ya estaré en Burward road, el lugar donde terminé con la vida de la simpática Mary Ann Nichols. Recuerdo que le propiné un prolijo tajo en la garganta, que iba de oreja a oreja y una apertura “en canal” desde el pubis hasta el esternón, por la que asomaban largas porciones de ambos intestinos, materia fecal, parte del contenido del estómago y abundante tejido graso.
¡Oh, cómo adoro esta sensación que invade mis sentidos!¡ Cómo deseo bañar en sangre fresca las solitarias aceras de Whitechapel!
Una sombra furtiva que se mueve unos metros a mi izquierda me enciende la luz de alerta. Me detengo y espero agazapado. Todo es silencio, mi mano derecha transpira y resbala en la manija de mi maletín. Intento seguir la marcha, pero un murmullo me llega desde las callejuelas neblinosas. La luz del farol de la esquina apenas se divisa en la penumbra. Me invade la sensación de que algo me acecha en la oscuridad. ¿ Serán los sabuesos de la Scotland Yard que me están pisando los talones?...Lo dudo, mis "trabajos" han sido muy limpios, mis crímenes han sido perfectos. Nadie podrá atrapar a Jack, el destripador. Escucho risas de mujer que se mezclan con la llovizna que ha comenzado a caer en este invierno frío como la muerte. Me bombea el corazón en un latir furioso, que me llega hasta las sienes.
Reanudo la marcha y ya estoy a punto de girar a la derecha, cuando de repente noto que alguien se me aproxima por la espalda. Las sombras fantasmagóricas me envuelven en un remolino que se funde con la espesa niebla. Difusas formas espectrales se me acercan por los cuatro costados, y al aproximarse sus rostros recién puedo reconocerlas. Son ellas, son los espíritus ensangrentados de mis víctimas las que me asaltan en la penumbra de Whitechapel y una vos burlona que parece venir desde el mismísimo infierno que me dice:
_Buenas noches, Jack...no temas...las chicas solo quieren divertirse.
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Después de cometer semejante carnicería en 1888, el asesino llamado Jack, el destripador, literalmente se “desvaneció entre las brumas invernales” y nunca se volvió a tener noticias suyas. Por supuesto, por un tiempito cualquier crimen remotamente parecido a los descriptos, le era imputado a él, pero lo concreto es que jamás lo atraparon y ni siquiera pudieron acusar formalmente a nadie de ser “Jack the Ripper”.

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