lunes, 27 de junio de 2016

CARRETERAS MALDITAS


Siempre me gustaron las historias de miedo, las leyendas urbanas, los seres de la noche, y los demás entes sobrenaturales. En los estrenos del cine de terror ahí estaba yo, como siempre sentada en las primeras butacas de la sala mas cercana. Pero en un principio pensaba para mí, que el mundo de los espantos y la ficción de los guiones del séptimo arte, solo existían o eran creados para estimular la adrenalina en los adolescentes o elevar las taquillas y la magia de Hollywood. Hasta que un toque del destino me alertó de que no todo es una ficción, de que hay algo más que ronda nuestro espacio de simples mortales, que no estamos solos. De ahí que decidí hacer mi blog, porque considero que hay experiencias que merecen darse a conocer al mundo. Es verdad que soy miedosa, pero lejos de ponerme a dormir acompañada de crucifico, cabezas de ajo, estacas en el armario y balas de plata descansando en un cajón de mi escritorio, decidí compartir mi espanto con aquellas personas que en su interior tienen guardadas y creen en estas inenarrables experiencias. El miedo es algo natural en los seres humanos, todos tenemos nuestro lado de flaqueza, fobias o como les llamen. Y aunque no me crean, lo que mas terror me causó en la vida, fue una tierna niñita. Paso a continuación a relatarles mi mayor historia de miedo, esa que me llevó a querer crear este blog con el nombre de: SeNsAcIoNeS En La OsCuRiDaD.
Pasada la medianoche de un sábado, mi grupo de amigos (éramos cinco entre chicas y chicos) y yo llegábamos a una afamada disco de la región, con el propósito de pasar un buen rato de alegrìas, música y tragos. Estábamos en esa edad en la que nadie nos reprochaba nuestras locuras de juventud.Teníamos la precausión de llevar con nosotros a Fito, un muchacho que era abstemio y nos servía de chofer para el regreso a casa, casi al amanecer del nuevo día, cuando más de uno de mis compañeros yacían mas borrachos que una cuba. El coche, que en el viaje de ida iba abarrotado, a la vuelta presentaba su habitáculo mas que holgado, ya que siempre uno o dos de sus ocupantes varones eran presas de seductoras muchachas con las que se perdían de vista a la salida del local. Se que hay estadios, zonas, o sectores en los que sin saberlo, muestra existencia cohabita con espíritus, o formas de energía desconocidas que moran en otro universo, paralelo quizás, pero que en ocasiones logran franquear la delgada barrera que nos separa, atraviesan el portal hacia nuestra dimensión y se nos manifiestan en diversas formas espectrales.
Este ente, representado en forma de niña que tuve ente mí, no era un fantasma común...como los que suele aparecerse a los conductores solitarios, o aquellos que, como nosotros regresaban de madrugada luego de una noche de disco, fume y alcohol. Por ejemplo, cuando aparcaban su auto o camión a un lado de la carretera por que deciden hacer un alto o simplemente admirar el paisaje y estirar las piernas...la pregunta muy común que se hacen estos desafortunados que aún hoy se topan con estos entes es...y..¿¿¿ de donde salio esta niña??? ya que hasta donde alcanza la vista no hay ni una casa ni tampoco una señal de vida, todo es llano, cerros, pastisales y páramos desolados al costado de la cinta asfáltica....ahí es cuando el miedo se nos presenta...y quizás nunca se obtengan respuestas.
Pero yo sí las tuve, y fueron en verdad escalofriantes.
Diez kilómetros antes de arribar a nuestro pueblo, le pedí a Fito que se detuviera al borde de la ruta, pues necesitaba movilizar mis piernas. Una de mis amigas yacía  dormida, desparramada en el asiento trasero del auto. Con el afán también de aspirar el aire puro y fresco, caminé sobre la carretera algunos metros y me sumergí entre los húmedos pastizales de la banquina. Dicen algunos que la hora más oscura es aquella que precede a la luz del alba, y debe ser cierto, pues la oscuridad era total. Solo los faros del automóvil eran la única iluminación en ese enorme espacio abierto. Al retornar al coche a contraluz de los faros se me presentó de pronto la figura de una chica, su vestido blanco translucía y hacia más aterradora su súbita aparición. Al acercarme pude distinguir su rostro de niña y una extraña luz en sus ojos. Me detuve en seco al ver el rostro desencajado de Fito que me hacia señales de que subiera al coche de inmediato. Como adivinando mi intención de regresar al automóvil, la niña se aproximó hacia mí y me tomo de la mano. Una gélida sensación me corrió por el brazo al notar el helado contacto. "Ven conmigo" , me dijo mientras me arrastraba con ella y me señalaba hacia el costado de la ruta. Fito descendió en ese momento del coche y con desesperación me pedía que me apartara de la criatura. Pero eso era algo imposible para mí, y solo me dejaba llevar calladamente, sin poder articular palabra. Como si un poder extraño se hubiera apoderado de mi voluntad, me dejé arrastrar por la niña hacia la banquina, descendimos  y nos perdimos entre la maleza que bordeaba el lugar. Fito venia unos pasos detrás y continuaba clamando para que volviéramos al vehículo. De pronto ante nosotros, entre los matorrales se vieron las luces de un coche que yacía dado vuelta ruedas para arriba, y pude escuchar el gemido de algunas personas atrapadas dentro del habitáculo destrozado, en el que seguro era un accidente ocurrido apenas unos minutos antes. Mientras mi amigo llamaba una ambulancia desde su celular, yo me aboqué a la tarea de rescatar a dos niños que estaban en el asiento trasero amarrados a los cinturones de seguridad, mientras que en la parte delantera del lado del volante el cuerpo de una mujer con el rostro desfigurado parecía sin vida. Logramos junto a Fito rescatar a los chicos y media hora más tarde el cadáver de la infortunada mujer era extraído de entre los hierros retorcidos por personal de bomberos. Un echo relevante aconteció luego, al momento de abandonar el lugar del siniestro al descubrir que la niña que nos había llevado hasta el coche había desaparecido sin dejar huellas. En medio del nerviocismo de la escena y la premura de socorrer a los niños, nos habíamos olvidado de ella. Pero por mas que la buscamos en ese amanecer jamás la encontramos. Afortunadamente el estado de los menores no revestía gravedad y el accidente se habría producido porque la mujer se había quedado dormida. Al tratarse de un echo que nos había tocado de cerca, dos días después nos encontrábamos acompañando el cortejo fúnebre hacia el cementerio donde sepultarían a la única víctima del accidente. Al llegar al mausoleo familiar que seria su última morada, ocurrió algo que me helaría la sangre. La foto de una niña que yacía sepultada en una de las bóvedas de ese panteón, tenía el mismo rostro que la criatura que me había tomado de la mano aquella madrugada. Luego de superar el momento de gran conmoción, pregunté por ella a uno de sus familiares, y éste me respondió que llevaba dos años de muerta y era la primogénita de la mujer que muriera en el accidente.


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